La monarquía democrática

Antes de empezar a depositar en esta entrada todos aquellos pensamientos que me asaltan, se me hace completamente necesario citar la definición de wikipedia de Monarquía: «La monarquía (del latín monarchĭa, y este del griego μοναρχία [monarchía]) es una forma de Estado (aunque en muchas ocasiones es definida como forma de gobierno) en la cual un grupo integrado en el Estado, generalmente una familia que representa una dinastía, encarna la identidad nacional del país y su cabeza, el monarca, ejerce el papel de jefe de Estado. El poder político del monarca puede variar desde lo puramente simbólico (monarquía parlamentaria), a integrarse en la forma de gobierno: con poderes ejecutivos considerables pero restringidos (monarquía constitucional), hasta lo completamente autocrático (monarquía absoluta).»

En el caso de mi entrada de opinión de hoy, me centraré en la siguiente forma de monarquía: «Designada según un orden hereditario (monarquía hereditaria), aunque en algunos casos se elige, bien por cooptación del propio monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva). El término «monarquía» proviene del griego μονος mónos ‘uno’, y αρχειν arkhein: ‘mandar, guiar, gobernar’, interpretable como «gobierno de uno solo». A ese único gobernante se le denomina monarca o rey (del latín rex) aunque las denominaciones utilizadas para este cargo y su tratamiento protocolario varían según la tradición local, la religión o la estructura jurídica o territorial del gobierno.».

También es necesario citar la definición de democracia: «La democracia (del latín tardío democratĭa, y este del griego δημοκρατία dēmokratía)1​ es una manera de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía. En sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.»

Ahora sí, entro en materia. Pero para poder adentrarme y desmenuzar el concepto de monarquía democrática debo remontarme a los años antes de Uribe y después de Uribe. (A.U-D.U). Así entonces, A.U. , los gobernantes de nuestro país se elegían por voto popular y su periodo era a lo sumo de 4 años, esto es democracia pura. D.U. es que empezamos a conocer que era tener un presidente durante 8 años, y si nos descuidamos, quién sabe cuántos más; y es aquí el punto de quiebre donde comienza mi mal o bien llamada, Monarquía democrática.

Resulta, que D.U. todos los candidatos elegidos han sido propuestos, puestos, impuestos, bien puestos, mal puestos por el monarca (creo que ya con semejante antesala saben a quien me refiero, además de referirme también como una especie de mesías, para designar el periodo de tiempo… va!). El monarca , desde entonces, ha puesto los nombres que en su linaje merecen el reino; sin embargo, no es suficiente con su nombramiento, pues este no se elige solo, claro que no, lo elige el pueblo; !qué linda democracia!». ¿No es entonces esto lo más parecido a una monarquía democrática, donde por mas de 16+4+8 años hemos tenido herederos naturales del monarca pero que supuestamente elegimos?

En mi reino colombiano, del sagrado corazón, el monarca pone y quita sus candidatos para que su ADN se perpetúe en cuerpo ajeno por los siglos de los siglos. Vistamos entonces la Casa de Nariño de castillo, y que lleguen estos herederos en pomposos carruajes, pero que no nos hagan salir un domingo a payasear con la monarquía democrática y que mejor los pongan en la portada del Jet Set y designen sus duques de Antioquia, Bolivar y Caldas, para que el reino de la Colombia amada se convierta en la versión criolla del reino unido, y todos salgan a vitorear al rey la reina de turno.

Vacuo

Vacuo universo, en realidad no el universo, sino la humanidad que lo habita. Es cierto que la modernidad líquida, como tanto lo apuntaba el filósofo Zygmunt Bauman, los valores se han disuelto; y no es que yo venga ahora a dármelas de tradicionalista ni mucho menos, pero poco esperaba yo que nos fuéramos al extremo del que hoy somos testigos además, gracias a las redes, de esa vacuidad sórdida de personas con muchos medios pero carentes de todo conocimiento, llenas de ignorancia para aventurarse a dar opiniones y creerlas ciertas por encajar en una masa de personajes cuyo porcentaje supera a los cultos y todavía amantes de las sociedades llenas de conocimiento propio de no repetir historias pasadas por cuenta de la ignorancia, y que al ser superados en número logran arrastrar como avalancha a otros millones de ingenuos que por tener sus planes de datos disponibles pueden demoler años de hechos fácticos desde las trincheras de sus cortas mentes expuestas en pantallas.

Es increíble que la vida se ría de nosotros con lo paradójico del desarrollo tecnológico a través del retroceso del desarrollo humano, porque entre más hacen por nosotros, al liberarnos de la fricción gracias a las facilidades brindadas por todos estos dispositivos creados por nosotros mismos, más líquida se vuelve la sociedad, más frívola, más volátil y sobre todo más letal.

¿Qué haremos entonces para redimir un poco la liquidez de nuestros días? Le pediremos a aquellos que traigan hijos que procuren su educación y cuando hablo de educación no me limito a las teorías y conocimientos académicos obsoletos (aunque novedosos) de los sistemas educativos, sino a esa educación que permite evaluarse como humano en su comportamiento, en su autocontrol y autogestión; que los voluntarios eduquen a aquellos cuyos padres no tienen elementos para preocuparse por la misma, que no tienen como garantizarla tanto por los medios monetarios como por lo que habita en sus mentes porque vienen de la cadena y embudo de la misma vacuidad heredada; y que quienes no deseamos tener hijos, como otra forma de aporte, nos centremos en el ejemplo y en el autoconocimiento para no sumar partículas de volatilidad al fenómeno que atravesamos como sociedad y que la única vacuidad existente sea la que se atañe al budismo.

 

 

Éter

– ¿Y si el éter no es más que la internet convertida en datos que ahora si podemos ver?

– ¿De qué hablas?

– Sí, sabemos que el éter existe, y nos han hablado de él, y sabemos que por él viaja la luz, pero nunca hemos podido determinar a ciencia cierta qué es el éter, ahora, a mí se me ocurre que es la internet.

– Como siempre, pienso que estás loca.

– Normal, a Copérnico lo condenaron al oscurantismo por decir que la tierra giraba al rededor del sol, por no decir que lo tildaban de loco.

– Siempre me sales con alguna «intelectualidad» para argumentar tus «teorías».

– Lo sé, pero en realidad no son conceptos «intelectuales»; te argumento que lo que hoy puede sonarte como algo como loco, no necesariamente lo es. Lo que quiero que pienses es que el éter, esa cosa que está ahí y no podemos ver, pero que sabemos es por donde se transporta la luz, puede ser la internet, pues son al final un montón de datos que solamente no sabemos cómo descifrar, es decir, todo lo que viaja por el éter son códigos de los cuales aún no tenemos lenguaje.

– A veces no sé como sostener estas conversaciones contigo, te me haces difícil de alcanzar, debo pedalear mucho; pero adelante, te sigo escuchando.

– A lo que voy es que el éter, es responsable de un montón de conexiones, que si bien no tenemos tan claras nosotros los seres normales, no físicos, ni químicos, ni intelectuales, ni matemáticos, yo añadiría, que existen también otras cosas que suceden en el éter, es decir, en este caso, el internet.

-¿Y a dónde quieres llegar con todo esto?

– A explicarte que conocí a alguien en el éter, y que nos conecta una energía inexplicable, no lo puedo oler, no lo puedo tocar, no lo puedo ver, pero todo eso que percibo, se traduce en datos y código, que viaja por el éter, y se convierte en texto. Y por qué te digo que lo conocí por el éter, y no por el internet, que para mi ahora son lo mismo, pues porque el éter  es » Fluido hipotético invisible, sin peso y elástico, que se consideraba que llenaba todo el espacio y constituía el medio transmisor de todas las manifestaciones de la energía.» ; pues eso pasa con él, puedo sentir que lo conozco de siempre, de toda la vida, se perfectamente qué siente, que piensa, que transmite, y eso no lo podría saber solo por el internet, sino por todo lo que transmite el éter a través de él.

Nada es lo que parece 

Sentados frente a una pantalla, con escasas 12 pulgadas, frente a un número limitado caracteres pero mucha imaginación, reaccionamos sin ningún tipo de filtro y estimulados como cual galgo en carrera de campeones, a dar batallas no propias, por causas de personas ajenas a nuestro presente, pero que por algún motivo conocido o desconocido disparan nuestra compasión, sacando de nuestra caja negra, indignación por una situación con la que nos sentimos identificados, guiados por ideologías, filosofías y comportamientos aprendidos que podemos tener o no plenamente identificados, pero que comulgan plenamente con la situación presentada y funcionan como un validador de nuestra personalidad.

Nos confundimos pensando que este comportamiento es propio de esta era, donde una horda de indignados se agolpan en nuestras pantallas para batallar virtualmente con males que, si bien no son virtuales, toman un matiz de etéreos al no verse solucionados ni afectados por ninguna acción, bien sea en el plano físico o virtual. Es decir, somos como unos hologramas abrazando la nada, bajo letras y conceptos, esperando que esto surta efecto, pero nadie toma partido realmente, y todo se desvanece en una amnesia colectiva acentuada por el tiempo, con carencia de resultado. Y cuando las acciones del plano físico se llevan a cabo, los mismos medios se encargan de desvirtuar su fin último y quedan deslegitimadas frente a los ojos de los batalladores virtuales acrecentando su indignacion, que se  manifiesta no más allá de un trino, en los diferentes medios dispuestos para tal fin; pero para concretar la idea inicial de lo que atribuimos a nuestros tiempos, en realidad no es que la indignacion sea un mal nuevo, es que el comportamiento propio del ser humano que busca generar cohesión por causas comunes se ha visto magnificada gracias a los avances tecnológicos que propician la masificación de ideales y por tanto destruye las barreras físicas que impedían la percepción de una movilización a gran escala.

Entendemos entonces que no estamos frente a comportamientos nuevos, más si frente nuevos medios y formas amplificadoras de dicha indignacion, con un agravante, y es que la alta exposición a grandes cantidades de contenido, y la hiperconectividad si han modificado un comportamiento del ser humano y es su incapacidad de prestar atención por más tiempo, y por tanto se conforma con un titular, unas pocas líneas de texto, algunas imágenes de apoyo, dejando de lado el contexto, el hecho de contrastar fuentes y el criterio para aplicar filtros que permitan validar la veracidad del hecho o los puntos de vista requeridos para emitir un juicio de valor, frente a situaciones que carecen de las mismas y que ya no son responsabilidad exclusiva de los medios, pero de los generadores de contenido que no son más que estos mismos usuarios y personas que estamos describiendo.

Es así entonces como nuestra especie se está viendo sometida a los actos nefastos de violacion de privacidad, vulneración de la dignidad y buen nombre, e incluso acabar con  sus vidas por el sometimiento al matoneo cibernético que sobrepasa las fronteras de la pantalla para atemorizarlos en su vida cotidiana,  con «armas homicidas» llamadas celulares, disparadas por personajes cortos de criterio, entrenados para la barbarie digital, impulsados siempre por la ansiedad que los acompaña y sin capacidad para ponderar y determinar consecuencias, que se visten con su toga y martillo para aplicar el peso de «su ley» y juicio, sin misericordia para con el prójimo; Olvidamos que la vida tiene ángulos, y olvidamos el principio del derecho frente a los acusados, tachando su honorabilidad con prejuicios y juicios desatados bajo millones de criterios que sí coinciden en un punto podrían destruir la vida de una persona en segundos, sin siquiera sentir empatía, porque olvidarán pronto este caso para acudir a uno nuevo por el cual luchar desde sus trincheras y estreches de mente, mientras la víctima se verá sumida en un espiral sin fin cuestionamientos que lo harán no desear haber nacido, sea culpable o inocente.

Nadie, en estos casos, que se empiezan a salir de control, está tomando partido, para regular, conscientizar, analizar a largo plazo, donde terminaremos como sociedad si no se hace nada al respecto. Seguiremos expuestos a contenidos cortos sacados de contexto, donde realmente nada es lo que parece pero una sociedad que crece en número, toma como cierta y nos condenará al aíslamiento, porque cualquiera puede ser víctima de una grabación del «homicida» que busca en sus seguidores aprobación y ovaciones por ser testigo de una situación, que antes podía ser calificada de cotidiana y que ahora se convierte en una fuente de morbo y comidilla de almas ansiosas por aportar su opinión de jueces de la verdad, sin medir sus consecuencias y con el riesgo de acabar con la salud mental de la víctima y hasta con su propia vida.

El hostigador exponencial se multiplica sin cesar, y su falta de empatía tampoco le permite evaluar que pasaría si el llegase a ser víctima de ese acoso, como para ponderar el valor real de su proceder y cumplir con los filtros previos de reacción en masa antes de convertirse en autor o cómplice de una masacre digital, donde luego con razón o no, se tenga que arrepentir o retractar por haber participado en la destruccion de la justicia, algo que habíamos logrado en años de evolución gracias al desarrollo de nuestra inteligencia social para maximizar los beneficios de la sana convivencia. Y por el contrario nos hemos convertido en mezquinos adictos al drama para demostrar que seguimos siendo la especie dueña de las mayores extinciones, si no  hacemos algo al respecto antes de que sea tarde.

Porque nada es lo que parece así lo parezca.

No lo rompas

No lo rompas… una vez roto no hay vuelta atrás.

Si lo rompes, después lo querrás completo, y sus partes jamás se unirán igual.

No lo rompas, por el solo hecho de que es tuyo, pues si lo rompes, de todas maneras lo que te gustaba al principio, después te será extraño y no lo reconocerás más.

No lo rompas, pues una vez roto, no hay vuelta atrás.